QUE LE PONGAN UN CRESPÓN A LA MEZQUITA…

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En este momento, plumillas de toda España (y parte del extranjero) entran y salen continuamente de Internet buscando, casi hurgando, algún dato que aporte una cierta originalidad a la hora de escribir sobre el hecho más significativo de la jornada; y es que lo de Rociito, – que nos ha mantenido en vilo hasta ahora – al lado de esto, se quedará en nada: Pablo se ha cortado la coleta. Sí, sí, Pablo, mi pablo, tu Pablo, su Pablo. Aquel Pablo que juró que nunca…, pero ¡ay! de esos enfáticos y mesiánicos “nunca”, está llena la pragmática Historia.

Nos lo ha puesto a huevo a los que tenemos poca imaginación. Y es que, para no ser taurino, a Pablo le encanta el espectáculo. No en vano, ahora comparte municipio con uno de los grandes, y que como él se caracteriza por no moverse ante las embestidas, hasta que un burel, (Puede que colorao como el de la copla), se lo lleve por delante.

Casi puede uno imaginárselo avanzando desde el centro del ruedo hasta las tablas, pausadamente, un pie delante del otro, cruzándolos un poquito y meciendo, en un bamboleo apenas perceptible, las caderas. Después, mientras se apoya en el burladero para sujetar el leve vahído que le provoca la emoción, sale de nuevo ante el demandante aplauso de la grada; esta vez solo hasta el tercio, no hay que pasarse, y vuelve a saludar, humillándose delante del que todo lo puede: El Respetable. El que otorga y quita las tardes de gloria según su capricho; el que te encumbra a los altares (Una y más veces en Vistalegre) o te abuchea y te pita cuando ve que te solo te fajas con el ganado cómodo; o, lo que es aún peor: te ignora, con ese castigo inmenso que supone el “Silencio”.

Luego, girándose, el Maestro, baja lentamente la cabeza y ofrece la cerviz a alguien muy íntimo, tal vez otro torero, tal vez su mozo de espadas, siempre alguien cercano que sea digno de llevar a cabo la “ejecución”. Las lágrimas se le escapan a ambos mientras la cuchilla cercena la moña, y el público contiene el aliento esperando que antes del último estertor resurja de nuevo Heracles y vuelva, como volvió Ulises, como volvió MacArthur, como volvió Rafael (bueno ese nunca se fue).

Mientras tanto, el Presidente, allá arriba en su palco, contempla la escena con la indiferencia que le otorga saberse refrendador perpetuo del vulgar deseo del Pueblo.

 

 

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