Algo no va bien en España si a un chico de catorce años se le impide recoger un premio deportivo porque quiere subir al podio con la bandera de su país. Ha ocurrido en Pontevedra y parece que no es la primera vez, que en Zaragoza ya hubo un episodio similar en el pasado mes de junio.
Me parece de un cinismo extremo que la justificación sea recurrir al protocolo sobre uniformidad diciendo que prohíbe tal o cual cosa. En un país en el que en sus parlamentos (nacionales y autonómicos) estamos acostumbrados a ver a diputados de diferente pelaje, presentarse luciendo la más variopinta simbología (alguna de ellas inconstitucional), en el que los ayuntamientos cuelgan de sus balcones todo tipo de proclamas siempre que coincidan con la ideología de turno del consistorio, que salga un responsable de la Real Federación ESPAÑOLA de Piragüismo y tenga la cara dura de decir que es por cumplir la normativa… No conozco la normativa, pero incluso en el caso de que una estricta aplicación de la misma justificara la decisión, desde luego el sentido común no la justifica. ¿Se imaginan ustedes la que se hubiera montado si el deportista, por los motivos que estimase convenientes, hubiera decidido subir al podio con la bandera arco iris y se la hubieran retirado? Afortunadamente la dignidad del deportista ha quedado fuera de toda duda: se dio la vuelta y volvió por donde había venido; ha sido, sin duda, lo más remarcable de la noticia.
Subrayar la propia identidad durante el desarrollo de un acto que uno considera relevante no es una cuestión aleatoria; forma parte de nuestra necesidad como personas que se identifican con un determinado colectivo y que quieren manifestarlo públicamente, y genera sentimientos positivos, en este caso hacia un territorio y un grupo, manifestando su voluntad de compromiso con ambos.
Maslow, ya identificaba en su conocida Pirámide, que la Pertenencia está en un lugar privilegiado entre las necesidades del ser humano. Esta necesidad tiene dos estadios de manifestación, uno íntimo y otro público, más oficial por así decirlo y ambos contribuyen a que la persona adquiera una identidad personal.
Por si todo esto fuera poco, estamos hablando de jóvenes que sacrifican una gran parte de su tiempo libre entrenando una disciplina deportiva que requiere muchísima dedicación, y cuando su esfuerzo se ve recompensado con una victoria ¿Qué mensaje se les envía?
No confío demasiado en que desde las instancias oficiales se admita el error y se pidan disculpas. Sostenella y no enmendalla seguirá siendo todavía muchos años marca España, pero espero que nuestros grandes deportistas encuentren un hueco en sus apretadas agendas para denunciar el asunto y apoyen la valiente actitud de este chaval.