Ha salido hoy en las noticias la asociación Libertada Animal Navarra denunciando la “violación” sistemática de vacas y otras hembras de distintas especies animales. Declaran inmoral cualquier utilización del producto de esa “violación”, desde las crías a la leche.
Este asunto me ha retrotraído al pueblo donde estaba la casa de mis abuelos paternos, allá por los años sesenta. Entonces el ganado vacuno pasaba casi todo el invierno estabulado. Eran cuadras sencillas, con comederos de piedra y paja en el suelo que había que retirar periódicamente para llevarla al muladar.
Pero durante el verano, después del trabajo, el ganado se llevaba a los valles de pastos libres, que allí se denominaban “la hoja”, y que cada año iban variando para dejar recuperarse el terreno.
La cuestión es que a eso de las siete o las ocho de la tarde, cuando el sol ya no calentaba, generalmente los muchachos teníamos encomendada la tarea de conducir el ganado a la hoja. Cada uno llevaba las cabezas que había en su casa y, a veces, las de algún vecino y allí se dejaban pastando durante toda la noche; y era allí también donde se producían los devaneos amorosos que a veces terminaban bien cuando la hembra estaba en celo, claro.
Lo de entrar en celo sonaba muy cursi, y allí se expresaba con una frase más contundente que dejaba menos dudas: “Esa vaca anda a toro”. El indicio determinante era que la vaca intentaba subirse encima de otra como si fuera un macho.
Así que cuando la vaca andaba a toro en verano, lo normal era que, en la hoja y disfrutando de su “libre albedrío”, fuera montada por alguno de los toros que compartían su nocturno pastar. Destacaré que los derechos sobre la cría eran siempre exclusivos de la vaca, adelantándose ya con mucho a la legislación actual en materia de custodia de los hijos, y no se admitía ningún tipo de reclamación por parte del padre, ya que la autoría de la “violación” era difícil de demostrar con certeza.
Pero si la vaca andaba a toro en invierno y estaba, por tanto, estabulada, el apareamiento tenía lugar en el corral de la casa. Generalmente se traía un toro gallardo y cuya solvencia sexual hubiera quedado demostrada en otras ocasiones, ya que las vacas no solían ser puntillosas en exceso con este detalle.
Los muchachos nos situábamos lo más próximo que nos permitían, pues no hay para aprender como ver directamente las cosas de la naturaleza.
El cortejo se prolongaba un tiempo, ya que el toro entre mugidos y olisqueos se tiraba un rato. Luego estaba la disposición de la vaca a ser “violada” que también contaba. Total que al final cuando el toro conseguía montar a la vaca, ya sin reticencias, y su verga fina y roja terminaba entrando en la “natura” (que así la llamaba mi abuela que era muy fina para estas cosas), el asunto se daba por zanjado y si te he visto no me acuerdo. En estos casos sí que había una compensación por la labor del toro, que incluía sucesivos intentos si la vaca no quedaba preñada.
Con el paso de los años el sistema tradicional se abandonó, ya que la inseminación se reveló mucho más eficaz: las vacas sufrían menos ya que el toro no se subía en su lomo lo cual a veces las lesionaba, aunque lo que no me atrevo aventurar es su nivel de goce.
Hace ya mucho tiempo que no visito personalmente una granja, pero por lo que veo a través de la tele, los establos actuales combinan eficientemente alimentación, higiene y métodos de producción y reproducción.
Quiero terminar este artículo sin ironía: me parece terrible que la palabra violación se utilice por determinadas personas de una forma tan banal.