Sáb 17 diciembre 2016
Volver al arado
Mas Artículos
Últimas Publicaciones
A mi padre
Finalista en el X Certamen Literario «Universidad Popular de Almansa»  ¿Qué hay detrás de ti, si ya no eres? ¿Si apenas recuerdas el nombre de tu hijo? ¿Si...
Quiero Verlo
El volcán
Finalista en el IV Concurso de Sonetos «Hernán de Usero», del Ateneo Literario de Artes y Ciencias de Puerto Real, Cádiz.   El volcán La tierra reventó,...
Quiero Verlo
El trato
Finalista en el IV Concurso de Microrrelatos de la Asociación Cultural «Aguanaj» Era casi mediodía y hacía mucho calor. Lucía caminaba lentamente por la...
Quiero Verlo
El segundo premolar
Publicado por la Fundación Círculo de Burgos. Edición Círculo Creativo. VI Concurso de Microrrelatos. Pidió un paño, vinagre y un poco de sal para cortar...
Quiero Verlo
Donde dije digo...
En la cima del Cervino lanza al aire su lamento. Puigdemont no está contento: pide cava y le dan vino. Si aquí no cambian las cosas —dice mostrando su...
Quiero Verlo
El año que no hubo otoño
PUBLICADO EN LA ANTOLOGÍA DEL IV CERTAMEN LITERARIO DE «ENCINAS REALES»   Te imagino rompiendo mis abrazos, y en mi sueño me despierto solo. Por la...
Quiero Verlo
DE NUEVO LA BANANA
Vuelve a las portadas una banana por generar pingüe beneficio: la famosa Banana de Maurizio, que ha sido subastada esta semana. Adherida con cinta americana a...
Quiero Verlo
«Gente gorda»
Mi abuela materna, cuando quería subrayar que alguien era importante lo definía como «gente gorda». «Hoy había en la plaza mucho jaleo. He preguntado y...
Quiero Verlo

Cuando era un adolescente pasaba los veranos en casa de mis abuelos paternos en Castilla. Las faenas del campo llenaban por completo la jornada, de sol a sol. Entre ellas había una que consistía en separar el grano de la paja: “limpiar”, que en la era propiedad de mis abuelos requería para su correcto desarrollo que el “aire soplara de arriba”. La tarea exigía cierta habilidad ya que con un pequeño briendo había que lanzar hacia arriba una cantidad de grano y paja y el viento y la gravedad se encargaban del resto.

Una mañana cuando llegué a la era contemplé con estupor que había en ella una gran máquina de color azul. Era una limpiadora. Dos personas se afanaban en llenar la tolva y la máquina, impulsada por un pequeño motor de gasolina, separaba de forma mecánica paja y cereal. Una tarea que antes requería varios días de trabajo pasaba a realizarse en una sola mañana y, lo más importante, ya no dependía de que hubiera o no viento, ni de la dirección en la que éste soplara.

Para mí su adquisición tuvo una consecuencia directa: antes era uno más de los que se afanaban sobre la parva para limpiar, pero ahora, debido a mi juventud, no se me permitía acercarme a la limpiadora ni por supuesto manipularla. Me entraron unas ganas terribles de emprenderla a golpes con la máquina y devolver las cosas a su estado original. Tardaría muchos años en saber que aquel impulso mío se llamaba ludismo y que había nacido en la Inglaterra de principios del siglo XIX.

Hoy, cuando todo lo narrado queda cincuenta años atrás, leo con la misma estupefacción con la que entonces contemplé la limpiadora, que los sindicatos proponen como solución para llenar ­-las cada vez más vacías arcas de la Seguridad Social- que las empresas  tributen por los robots que sustituyen a las personas en la realización de determinadas  tareas como si de trabajadores se tratara. ¿De verdad que este neoludismo es la única solución al problema? ¿Dónde irá a parar el I+D+I entonces? Ya puestos nos podemos hacer todos amish y volver al arado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Loading